sábado, 19 de noviembre de 2016

Renuncias por decencia

Siendo figura pública, de repente alguien dice en televisión una frase, una cortísima frase con la que ofende gravemente la sensibilidad o incluso el dolor ajeno. En países donde aún no se ha eliminado completamente de la esfera pública el concepto de decencia, ese tipo de deslices puede forzar a que la persona involucrada renuncie a su cargo.

Tal reflexión viene al caso por Francisco Valencia, director de Diario Colatino. "¡¿Qué... el buen Chico Valencia?!" Pues sí, ni más ni menos. Y no es porque él haga periodismo descaradamente partidista (una incompatibilidad ética pero que al fin y al cabo para eso hay libertad de afiliación y credo), sino por un comentario infame.

Como es sabido, el mes de noviembre de este año trajo una ola de asesinatos de policías y soldados, por parte del crimen organizado. Y al respecto, Chico no pudo elegir un peor comentario para lanzar al aire que este:

Patético y sin disculpas.

A algunas personas esto les parecerá una falta menor, acaso sobredimensionada. Estoy seguro de que los amables lectores/as podrán mencionar otros personajes con mayores méritos para que se les pida la renuncia, vía manifestación en la calle.

Y sí, tienen razón, pues haciendo un poco de memoria, es tal la colección de especímenes nacionales que han faltado a la moral y la decencia, que lo de Valencia no pasa de ser el infortunado desliz de un bocón.

Pensemos en otro chico más nocivo para la vida nacional: el incólume Francisco Merino.

Diputado desde hace lustros por el PCN, Chico Merino protagonizó en agosto de 2000 una escandalosa balacera en estado de ebriedad con policías, hiriendo a una agente. No se sabe cómo, pero el partido Arena (del cual había sido miembro) impidió su desafuero, que lo hubiera enviado a bartolinas. El hecho quedó impune y a la fecha de hoy el susodicho sigue siendo diputado por el departamento de Santa Ana. De esto último, tienen culpa grave sus votantes.

Pero no hace falta ir tan lejos en el pasado para encontrar otros casos penosos o indignantes. Hablemos de David Munguía Payés. Este señor es General de División… y tal título no es sarcasmo. Actual Ministro de Defensa, ocupó también la cartera del Ministerio de Justicia y Seguridad. Acumula en su perjuicio desde pérdidas inexplicables de armamento en guarniciones (de lo cual la mejor explicación que ha dado es que “aún es un misterio”), hasta elaboración de carísimos trajes militares estrambóticos.

Sin embargo, lo realmente grave, y por lo que podría ser incluso procesado penalmente, es su rol en la espuria tregua que fortaleció a grupos criminales, notable legado de la presidencia de Mauricio Funes. Uno se pregunta si acaso no hay otro militar de alto rango con el que el FMLN pueda trabajar.

Ya que hablamos de la mal llamada "tregua", ¿se imagina usted a un alto dirigente del principal partido político de oposición (Arena), hoy diputado de la Asamblea Legislativa, negociando con grupos criminales el cierre de la prisión de máxima seguridad de Zacatecoluca, a cambio de apoyo mediante activismo político? Pues ese y no otro es Ernesto Muyshondt.

¿Y qué decir si quien estuvo en otra negociación similar, por encargo del partido de gobierno, es nada menos que el actual Ministro de Gobernación, quien incluso ofreció US$ 10 millones en créditos a delincuentes? El protagonista de dicha traición a la patria es Arístides Valencia (en compañía del exministro Benito Lara).

Ah, pero no todo es política. Aquí tenemos al célebre Carlos Rivas, pastor general del Tabernáculo de Avivamiento Internacional. En marzo de 2015 fue sorprendido en un motel con su amante, quien previamente había llamado a la policía denunciando agresiones del religioso. Su abogado acuñó un término jurídico que revolucionó la jurisprudencia nacional: “infidelidad responsable”.

El caso se resolvió por un aparente acuerdo extrajudicial, pues la mujer retiró la demanda. El pastor, por su parte, lejos de mostrar humildad, la emprendió contra sus críticos… ¡a quienes les concedió el perdón por haberlo ofendido! Y allí sigue predicando, a ciencia y paciencia del rebaño, del cual no vacila en recibir el diezmo.

Y así podríamos seguir por buen rato, tanto que si mencionásemos a todos los personajes públicos que deberían renunciar de sus cargos por sus acciones o declaraciones, el panorama sería desolador y quedaría semidesértico.

Todos cometemos errores, cierto, y también es de humanos reconocer, perdonar y enmendar. Pero de ahí a usar indiscriminadamente y a torcida discreción la cita de Juan 8, 7 (“aquel de ustedes que esté libre de pecado que tire la primera piedra”) hay un trecho demasiado temerario, cuando no cínico. Y es precisamente este aforismo el que esta raza de caraduras suelen esgrimir como argumento para quedarse, persistir y prevalecer (algunos con todo y sus borregos).